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Esperó a que pasaran algunos minutos de las cinco para salir a la calle para evitar la avalancha de salida a la misma hora.  No tenía prisa, diez o quince minutos más no supondrían nada a cambio de salir tranquilamente hacia su merecido descanso.  Una vez en la calle su ruta no tenía pérdida, caminar dos manzanas y allí decidir si seguir en metro o en bus. 

Por esta vez la rutina no presidiría esta parte del día. Siguió caminando recto pasadas las dos manzanas y se dedicó a observar durante un buen trecho los escaparates que le resultaban nuevos.  En la intersección con la arteria principal de la ciudad continuó caminando en dirección opuesta al centro de la ciudad.  Al menos 5 kilómetros de avenida tenía por delante y continuó caminando.  Pasó por delante de una parada de autobús.  Se quedó fuera de la dársena, encendió un cigarrillo y esperó pacientemente sin nada especial que ocupara sus pensamientos.  Observaba la avenida, los edificios de la acera opuesta, los coches en ambos sentidos, dos pequeños parques a cada lado de una misma manzana. Llegó un autobús y lo cogió.  El recorrido era nuevo, desconocía algunas de las calles por las que pasaba; iba dirección al aeropuerto. 

Se dirigió al restaurante y tomó un café mientras observaba los aviones despegar y aterrizar.  Recordaba perfectamente la última vez que estuvo allí mismo.  Volvía solo en un vuelo procedente de Hamburgo eran las tres de la tarde y paró a tomar algo antes de seguir hacia su casa, ahora vacía. 

Pensó en aquella ocasión y retrocediendo sobre el hilo de cien anécdotas llegó al apartamento de Elga, donde posiblemente estaría ahora.  El tiempo que habían pasado allí mientras ella se instalaba, la vuelta solitaria y los miles de momentos en los que la echaba de menos; todo se juntó esa tarde de viernes en el aeropuerto. 

Pagó su cuenta, se dirigió a los mostradores de la compañía aérea y preguntó a qué hora salía el primer vuelo. En una hora!!, y ¿habría billetes?... Se lo confirmaron, la duda le asaltó, paralizado por segundos, el no era un hombre de impulsos, su maleta..., sin ropa, sin nada más que su laptop y tres cuadernos con documentos para leer durante el fin de semana… 

Le dieron la bienvenida a bordo, deseándole un buen viaje.  La hora de llegada al aeropuerto de Fuhlsbüttel se estimaba sobre las nueve y cuarto de la noche. 

Deseaba que la llegada fuera más dulce de lo que fue su partida. 
La turbación de no encontrar una forma de manejar esa nueva situación, lejos de ella, le aterraba, de momento sólo necesitaba verla, sentirla, disfrutarla.  Juntos encontrarían una fórmula o, en el peor de los casos, tendría que mostrar su debilidad...


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