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Después de la cena

Después de la Cena 

Se acaban de ir todos.  Una cena familiar muy agradable.  


Habíamos quedado con nuestros sobrinos, una pareja encantadora, intelectual, enamorada y muy consecuente, y mis cuñados que vienen a pasar unos días en este entorno tan encantador y sosegado.  La cena ha sido sencilla, agradable y casera, como me gustan las cosas: pan recién hecho, gazpacho, muy apropiado para este verano serrano y quiche, la típica que no falla nunca.  Junto con los aperitivos una empanada riquísima que han traído.  Tengo que preguntar dónde la han comparado porque es un acierto.  Ni siquiera hemos sacado vino, con las distintas cervezas ha sido suficiente.  Hace calor y se agradece su fresco encanto.  De postre una excepcional creación de mi hija, que tenía preparada la masa para unas magdalenas de chocolate estupendas hechas sobre la marcha para sacarlas calentitas con helado de nata.  Delicioso.  Me agrada ver el empeño que pone en sus obras culinarias y el justo reconocimiento que recibe por ellas.  Después unos chupitos de ron miel y café, muy adecuada la combinación de sabores y a la postre unos rones con limón.  Hemos charlado y comentado.  Han surgido mil temas pero a la sazón ha salido el tema “familia”. 


Luis ha comentado la carga que llevan él y su mujer por el tema familiar.  Muy sincero, honesto y todo un caballero para justificar la desazón de su mujer por cuestiones de cercanía a su familia.  Llegados a un punto, he considerado que debía aportar algo para intentar aliviar la dura realidad de su situación personal.  Algo liviano, efímero, pero que con solo mencionarlo me ha dejado k.o.  
¿Cómo me puede marcar tanto este tema? Me doy cuenta de que me hiere, no lo puedo evitar. ¿Cómo voy a arrastrar siempre esta zozobra? ¿Cómo proseguir mi camino si no descargo lo que llevo encima?  Este debe ser uno de mis puntos más vulnerables y por prudencia no debería mostrarlo, pero ahí está, no lo oculto.  

Me pregunto si mi historia hace mella en los demás, no reaccionan delante de mí, supongo que por consideración.  Esa asignatura pendiente de la que yo ya estoy más que examinada, pero que no puedo aparcar; siempre está presente, bueno no, mejor escondida y en cuanto menos me lo espero sale a la luz con toda su furia.  Ya no es tiempo ni momento de poner las cartas sobre la mesa.  No son de interés para quien debe analizarlas y yo personalmente no gano nada con mostrarlas.  Me pregunto si a quien le concierne recapacitará en algún momento sobre los hechos y las consecuencias de toda su trayectoria.  Quien sabe.  Me he propuesto no convertirme en el espejo donde no se quiere mirar.  Tendría mucho más que perder y a fin de cuentas si no quiere ponerse en su propia piel, pues allá cuidados.

Con la madurez que dan los años he aprendido que los reproches únicamente son útiles cuando se los hace uno mismo.  Es el momento en el que se busca enmendar.


Yo no soy quien para mostrarle los fallos cometidos, pero si es cierto que mis dudas a este respecto comienzan cuando comete de nuevo un error que viene desde antaño y perjudica a quien no lo merece;  precisamente a quien más me importa, que toma posiciones e incluso es capaz de perdonar, borrar en el tiempo lo pasado.  


Yo no soy tan bondadosa, pido justicia y no la hallo, no veo la forma de enmendar sin herir, sin obligar a mirar ese espejo donde se refleja la realidad.


El daño ya está hecho, la vulnerabilidad tocada, pero no me parece justo que la ternura y la sensibilidad que puedan despertar la edad y las penas, le eximan de culpa por los actos cometidos, de los errores y de las terribles consecuencias.  ¿Acaso no es harto asimilado el deber de proteger, guiar y encauzar a quieres queremos, máxime si se trata de la propia descendencia? 


No puedo aceptar la mirada hacia otro lado, es cobarde, cruel y motivo de acusación directa.  Me resulta difícil ponerme tanto en la piel de quien lo aplica como del que es afectado.  Puestos en situación, si esta mal, lleva el camino equivocado y no tiene a nadie que le guíe, se espera de ti, que le quieres, le proteges y que le engendraste, que le tiendas una mano, que seas crítica y le ayudes a reaccionar; es lo menos que se puede esperar ¿no?.  Pero es más cómodo otorgar el beneficio de la duda a ese reflejo del espejo que es la realidad, cuando no se quiere afrontar lo que se ve en él.  Así durante años.  No han faltado comentarios y preocupaciones expresadas en voz alta que pudieran sacarle de sus dudas pero … no hay más ciego que el que no quiere ver.


Él no tenía confianza ni confidencias con nadie excepto con ella.  Ya no le era útil su incondicional ex, era débil; tampoco sus hermanos, le temían y rechazaban de forma discreta, con  cauto disimulo, él lo sabía; sólo existía “ella” como un estandarte.  De ella jamás recibió un reproche por su conducta, nunca le puso los puntos sobre las ies, la realidad dejaba de ser como la vemos el resto de los mortales, era como él quería verla y ella lo aceptaba.  Solventaba económicamente todos los desperfectos ocasionados por culpa de su debilidad, su desquicia, de su flácida cordura.  Era dañino tanto para si mismo como para quien estuviera cerca, por eso estaba solo.  Los lazos afectivos al margen, los familiares también.  Él sabía perfectamente que no era aceptado, se revolvía pero ella nunca le mostró la veracidad de lo que ocurría, de su mal hacer, de la necesidad de ayuda especializada.  Era mucha la porquería que llevaba dentro, deberían ayudarle a limpiar esa maraña de cables enredados sin principio ni fin.  Le tapaba, no quería ver lo que todos veíamos, era su hijo predilecto, el único que la defendió con sólo diez años y una escayola en el brazo, del que se valió siempre como escudo ante su otro gran problema.  La deuda pendiente con él le costó al pobre el desasosiego, la frustración y la vida.  Aquello no se iba a enderezar sólo, ninguna de sus “hazañas” iba a ser la última, hasta que llegó.


Esa pereza, esa simpleza para afrontar el problema es deplorable, no la acepto, no tiene justificación posible.  Qué tontería indignarse por lo que no tiene ya remedio ni siquiera espíritu de enmienda.  Sí que debo ser boba.


Es curioso leo mis anotaciones y resulta que ya hay materia que añadir.