Esperó a que pasaran algunos minutos de las cinco para salir a la calle para evitar la avalancha de salida a la misma hora. No tenía prisa, diez o quince minutos más no supondrían nada a cambio de salir tranquilamente hacia su merecido descanso. Una vez en la calle su ruta no tenía pérdida, caminar dos manzanas y allí decidir si seguir en metro o en bus.
Por esta vez la rutina no presidiría esta parte del día. Siguió caminando recto pasadas las dos manzanas y se dedicó a observar durante un buen trecho los escaparates que le resultaban nuevos. En la intersección con la arteria principal de la ciudad continuó caminando en dirección opuesta al centro de la ciudad. Al menos 5 kilómetros de avenida tenía por delante y continuó caminando. Pasó por delante de una parada de autobús. Se quedó fuera de la dársena, encendió un cigarrillo y esperó pacientemente sin nada especial que ocupara sus pensamientos. Observaba la avenida, los edificios de la acera opuesta, los coches en ambos sentidos, dos pequeños parques a cada lado de una misma manzana. Llegó un autobús y lo cogió. El recorrido era nuevo, desconocía algunas de las calles por las que pasaba; iba dirección al aeropuerto.